¿POR QUÉ ODIAN LOS PERROS A LOS NIÑOS?

-Sí, ¿por qué? Los niños son la expresión de la dulzura -dice uno-. Ver un niño (rubio de ojos azules y nacido en un país de pro, porque uno moreno, con mocos o moscas pegadas en la cara habitante de un país de contra no sugiere lo mismo) es como ver una montaña de algodón de azúcar -dice otro.

Pero un perro no ve azúcar. Ve un enorme gigante, un goliat, que se abalanza sobre él, y no puede hacer nada para impedirlo. La primera vez le pilla por sorpresa: su amo, al que tanto ama, con un amor real y animalmente incondicional, al que le chupa los dedos de los pies sin importarle cuán velludos u olorosos o callosos puedan ser, el que, aunque le dé una patada, la da por amor, -¿por qué si no?- lo llama, lo atrae. Confiado se acerca el perro, esperanzado en una caricia, tan caras las vende que... -Mira quién está aquí, Jaimito. -Y el perro confundido, piensa que ese no es su nombre-. Mira, ven; no tengas miedo, si no muerde... Acarícialo. -El perro, que empieza a sentir miedo, sospecha, por aquello de la perpetuación de la especie y el instinto de supervivencia, que ese nuevo ente va a provocarle miedo, muchísimo-. Jaimito lo acaricia, como hacen los niños, por lo que se dice que a los perros no se les ve el blanco de los ojos hasta que un niño lo acaricia. Así y no de otra forma lo acaricia Jaimito. El perro, que por un instante se ha creído abducido por una fuerza extraterrestre que le ha transportado en un viaje a su subconsciente o a su cola, cree realmente haber tenido una experiencia religiosa. -¿Ves como no muerde? Si es muy bueno... Venga, otra vez. El perro pretende huir, intenta zafarse de la mano verduga que lo sujeta, mientras la mano regordeta y redondeada, suave, pero de un fuerza bruta desconocida se abalanza sobre su lomo erizado como el de un gato (por un instante fugaz el perro se solidariza con su eterno enemigo, en un pálpito de comprensión), y se aquieta, se inmoviliza, confiado en que esta técnica ancestral de camuflaje le impedirá ser visto por JAIMITO. La punta de los pelos percibe ya la descarga: un fuerte tirón del pelaje y del pellejo sacude con la más punzante realidad al perro. El tirón llega a la cola, y en un giro rapidísimo, como el de una culebra, el perro se vuelve dispuesto a todo. -¡Eh, tú! ¡Quietoo, que te doy! ¡No muerdas!¡NO muerdas te he dicho! Habrase visto el perro...
-Pero ¿qué esperas? Es un animal...

Eso le respondieron al perro los otros, cuando contaba sus hazañas rodeando una bolsa de basura en un callejón, dispuesto a darse un festín de sobras.
-Papá, ¿dónde está el perro?
-El perro pasó a mejor vida, hijo...

1 comentario:

  1. A mi futuro sobrino Jaimito, que sé que le harás esto al perro, a cualquier perro. Y te lo dedico llamándote por este nombre de pila porque a tu madre no le gusta, y es motivo más que suficiente para hacerlo, si bien no tengo ganas de trifulcas, y lo hago por aquí, que nunca ella me va a leer.

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